PRÓXIMAMENTE “HISTORIAS FERROVIARIAS”

El ferrocarril chileno desde sus inicios fue un constante suceder de acontecimientos que marcaron con letras de oro su larga historia. Ya con su fecha de inauguración, a las diez de la mañana del 10 de octubre de 1852, con el conocido monolito que luego conocimos en la casa de máquinas de Barón, que, en esos instantes constituía un significativo recuerdo del memorable acontecimiento, en aquel supremo momento, cuando se sentían los marciales sones ejecutados por el orfeón militar de la guarnición.

Todas las iglesias del Puerto echaban al vuelo el sonido de sus campanas. Los barcos hacían oír la solemnidad de sus sirenas. Las recién llegadas locomotoras a vapor inglesas, pero embanderas con nuestro pabellón patrio, lanzaban sus roncos bufidos, unidos a las atronadoras salvas dispuestas en las rocas, hacían que todo aquello conmoviera los corazones e hiciera germinar emotivas lágrimas a las altas autoridades y al inmenso gentío encaramados en las laderas de los cerros Barón y Placeres.

Fue en ese momento cuando sucedió que una de estas salvas explotó de tal forma que rompió la roca y dividió la leyenda esculpida en ella: “Perseverantia omnia vincet” (La perseverancia supera todos los obstáculos).

Pero, aunque destruidas, estas palabras fueron proféticas, porque perseverancia fue la suprema divisa de quienes, a pesar de las innumerables dificultades y obstáculos, lograron concretar por fin el anhelado trayecto ferroviario entre Valparaíso y Santiago, el que arribó, por fin a la capital, el 14 de septiembre de 1863.

Pero ya desde mucho antes que este primer tren diera, al fin, cumplimiento a su largo itinerario, y luego todos los acontecimientos que gestaron su construcción y supervivencia, nuestro ferrocarril fue salpicado siempre, con miles de contingencias como la narrada, dignas de estamparse en escritos inolvidables.

Pero fueron los trabajadores ferroviarios quienes, a través de su diaria labor, dieron vida al ferrocarril chileno, cuya historia aparece tan bien narrada grandes obras. Sin embargo, en este libro, en vez de extraer rodajas comentadas de estas páginas históricas, como el suceso de la piedra de la casa de máquinas, he preferido sumergir mi pluma en el tintero del recuerdo de las mil y una aventuras de quienes pasaron su vida entre estaciones, oficinas, rieles, talleres, trenes, locomotoras, y escribir aquellos recuerdos heredados de un pasado ya casi sepultado por el polvo del olvido.

Otras, sin embargo, no son tan rancias, cuyos aromas sean capaces de hacer revivir la memoria de tantos ferroviarios, ya jubilados, pero con su alma viva y en digna circulación.

Todas estas historias han sido embalsamadas en los fantásticos lienzos de la imaginación y presentadas ahora como “Historias Ferroviarias”, a cuyo primer vagón les invito a pasar con todo mi afecto.

                                             Alejandro Barahona

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